Tintes
dramáticos, aceleración, todo en contra o al menos es la sensación que percibía.
Pero había una luz, tenue entre la confusión, difusa entre la muchedumbre. Una
entre ánimas. Desconcertante e insólita mirada que reflejaba algo desconocido,
atrayente, diferente. Un consuelo de una mañana acelerada.
Caos y precipitación reinaban en la fría mañana de Noviembre. Presa del destino que presumiblemente abocaba a un final de infarto. Corría mientras el tiempo apremiaba. Fue en vano. Estaba predestinado a no alcanzar la meta por más esfuerzo que hiciera.
Me abandoné a mi fin hasta que apareció esa luz que deslumbró mi juicio y me volvió a la calma. Desprendía un aroma tibio, floral, natural. Un aroma hipnotizante, capaz de domar a la más fiera bestia. Es ese momento en el que la agonía se transformó en relajación, todo inconveniente quedó en un olvido, en un recuerdo sumergido en la sombra.
Predestinado o no fui testigo de algo maravilloso e inquietantemente atrayente. La aceleración fue una excusa perfecta para por un instante quedar atrapado en las garras de algo divino. Una mañana apasionante sin más y sin menos.
Un detalle, una luz, llamadlo como queráis, insignificante para todos salvo para mí, cambió el transitar de una mañana...
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