Un mundo gobernado por el poder, por la codicia, por la
ambición, por el egoísmo generalizado. Lejos de un mundo ideal, y cercano a una
perfecta imperfección de nosotros mismos. Un mundo moldeado a nuestro antojo y
llevado hacia nuestros intereses. Impregnado de materialismo que en sí no vale
nada, en esencia es algo vacío a lo que se le ha dado una importancia
trascendental. Trascendental para el beneficio de unos pocos, y el sufrimiento
de otros muchos. Impactante visionar, con cierta tristeza y resquemor, como las
dos caras de una misma moneda se juntan en un mismo instante. Pero ese es el ‘orden’
mundial establecido, personas distinguidas por clases, por bienes.
La vida es más sencilla que todo eso, capaz de albergar
cosas que van más allá incluso de nuestro entendimiento. Aferrarnos sólo a lo
que poseemos, a lo material, es cerrarnos las puertas, limitarnos a la
mediocridad del ser humano. Nacemos y morimos libres de cualquier atadura con
este mundo, y lo que realmente perdura es lo que uno es en sí mismo.
No me preocupa más que vivir intensamente cada momento, cada
milímetro de existencia, de amar y ser querido, de disfrutar a pesar de cada
circunstancia. Porque la verdadera riqueza está en uno mismo y nada más. Y cada despertar una bendición para retomar el
camino de la felicidad…